Hace 110 años se celebró en Buenos Aires la primera pelea de boxeo profesional. Fue el 9 de octubre de 1903, en Avenida de Mayo 1139, a unos 500 metros del Obelisco. Patrick Mc Carthy, un irlandés de espíritu anglicano, ganó por nocaut en el cuarto round al italiano Abelardo Robassio, que sufrió una paliza. El boxeo, en realidad, estaba prohibido en Buenos Aires.
Decía textual la resolución aprobada en 1892 por el Concejo Deliberante: "es inmediatamente aprobado un proyecto del concejal Dr. Carrasco prohibiendo en absoluto las funciones de box, sirviendo de fundamento a su autor, la repugnancia que esta clase de espectáculos ofrece". La resolución se aprobó tras un festival en el Teatro de la Zarzuela en el que además actuaron magos, cantantes y cirqueros. Los diarios hablaron de "interés inhumano", de "mal gusto".
La pelea de Avenida de Mayo no fue prohibida porque, en realidad, el hombre encargado de hacer cumplir la resolución, Francisco Beazley, jefe de la Policía porteña, luego presidente del Jockey Club, fue el "time-keeper" del combate. Beazley controlaba el reloj de riguroso smoking, como casi todo el resto del público. El árbitro fue Carlos Delcasse, pionero del deporte y diputado por el Partido Autonomista en 1904. El presentador de la pelea fue Jorge Newbery, ingeniero, boxeador, aviador, cajetilla y deportista múltiple. Primer nombre legendario del deporte argentino.
Delcasse y Newbery habían protagonizado en 1896 el que muchos historiadores señalan como el primer combate oficial en Buenos Aires. Es que tampoco había prohibiciones en la elegante casona del barrio de Belgrano (hoy serían las calles Juramento y Vidal). Delcasse la mudó en 1900 a Arcos y Sucre (La Casa del Ángel) y allí la aristocracia porteña practicaba también gimnasia, tiro y esgrima. Políticos, abogados, banqueros y médicos. Todos gentleman.
No boxeaban por dinero, como sí se hacía (también de modo clandestino, y con apuestas de por medio), en el puerto de Buenos Aires. Esas peleas se celebraban en barcos, cafetines, salones, teatros, sótanos y burdeles. Golpes, tragos, comida y tango. Cuenta la leyenda que el tango "Corrientes y Esmeralda" (amainaron guapos junto a tus ochavas/cuando un 'cajetilla' los calzó de cross) habla del cross de Newbery (el cajetilla) a el "Turco" Záncano (el guapo) en las puertas del Armenonville, el cabaret más lujoso en los años '20, en lo que hoy sería Libertador y Tagle. Además de boxear con sus compañeros de "high society" y enseñarles a defenderse de los "compadritos", Newbery peleaba también de contrabando en el Mercado de Frutos contra marineros.
En 1908, las peleas, que se hacían en Avellaneda y Barracas para burlar la prohibición porteña, también encontraron refugio en el elegante salón de la Sociedad Sportiva de Palermo. "Si un extranjero hubiese asistido al match esperando ver un público de baja estofa como el que asiste a los grandes matches en San Francisco, Nevada o Los Angeles -se leyó en La Nación- se habría equivocado de medio a medio.
Lo que había allí eran maestros de armas que encuentran que el boxeo es brutal pero no se pierden un sólo encuentro". Pero la crónica dice más adelante que "si un psicólogo analizara los diversos deportes, acaso hallaría que quienes gustan del espectáculo del boxeo son espíritus sportivamente anormales". Las visitas de los británicos Willie Gould y Alfred Culpin, la creación del pionero Buenos Aires Boxing Club y la pelea en 1915 en Buenos Aires de Jack Johnson, primer campeón pesado negro de Estados Unidos, desafiaron la prohibición.
Pero en 1916, Marcelo Peacan del Sar, presidente del Buenos Aires Boxing Club, invitó a boxeadores negros para enfrentarlos a blancos. No pudo hacerlo en Buenos Aires y debió llevar su show a Tucumán.
La Federación Argentina de Box (FAB) se fundó en 1920, apoyada por clubes de élite como el Hue-Guen de José Alfredo Martínez de Hoz (padre) y populares, como el Barracas Central de Alberto Festal. Un grupo de jóvenes socialistas fundó en 1913 el Internacional Boxing Club.
Su licencia número uno fue Luis Angel Firpo, el "Toro Salvaje de las Pampas". El de la mítica pelea con Jack Dempsey, el 14 de setiembre de 1923 ante 90.000 personas en el Polo Grounds de Nueva York. Firpo cayó siete veces en el primer round y, casi desde el piso -los golpes de Dempsey le impedían levantarse- inició una seguidilla de nueve derechazos que hicieron volar al campeón mundial afuera del ring. Dempsey cayó sobre la máquina de escribir del periodista Jack Lawrence y tardó entre 14 y 17 segundos en volver al ring. La trasmisión radial en Buenos Aires se interrumpió justo en ese momento. El diario "La Prensa", convencido de la victoria, hizo sonar su sirena. Pero el árbitro Johnny Gallagher inició la cuenta recién cuando Dempsey volvió al ring, ayudado por Lawrence.
"El Asesino de Manassa", el hombre que convirtió al boxeo en un deporte millonario y se negaba a combatir contra negros, se repuso, tiró dos veces más a Firpo y ganó por nocaut a los cincuenta y siete segundos del segundo round. Fue una pelea salvaje, "La Pelea del Siglo". Sirvió para que el año siguiente se levantara la prohibición del boxeo en Buenos Aires. Y para que desde entonces, todos los 14 de setiembre se celebre en Argentina el Día del Boxeador. Firpo, un ex ladrillero, terminó convirtiéndose en uno de los hacendados más poderosos de la Argentina.
Después llegaron el Luna Park (hubo tres distintos), la conquista de Pedro Quartucci (luego actor) de la medalla de bronce en los pesos pluma de los Juegos Olímpicos de París 1924 (el boxeo, con 24 medallas es el deporte argentino que más veces subió al podio olímpico), ídolos populares como Justo Suárez, José María Gatica y Oscar "Ringo" Bonavena y más de 40 campeones mundiales, una lista que incluye nombres míticos como Pascual Pérez, Horacio Accavallo, Nicolino Locche y Carlos Monzón, todos lejos de la elegante y vieja casona de Belgrano, nombres de una Argentina más profunda y abarcadora. Para los amantes del boxeo, todos ellos fueron de la mano de otros nombres míticos, como los de Joe Louis, Sugar Ray Robinson o Rocky Marciano, y, más tarde, Muhammad Alí, Sugar Ray Leonard, Roberto "Mano de Piedra" Durán o Mike Tyson.
El cierre del Luna Park y la ausencia de nuevas figuras aquí, pero también en el mundo la multiplicación de campeones y categorías solo creadas para alimentar el negocio de la TV de cable, terminaron quitándole credibilidad al boxeo. Sergio "Maravilla" Martínez se fue a boxear en 2001 afuera del país no solo por la crisis que estalló ese año, sino también porque se negó a formar parte de un sistema injusto. Tarde le llegó la gloria a su vida de enorme sacrificio. Pero se adaptó al nuevo circo del boxeo profesional como pocos y su coronación fue justicia. El hombre que hizo renacer el espectáculo del boxeo llenaba anoche un estadio de fútbol para su pelea en Vélez ante el inglés Martin Murray. En una Buenos Aires, que noventa años atrás, prohibía la práctica del boxeo. O, acaso peor, lo autorizaba solo para unos pocos.